sábado, 27 de septiembre de 2008

El libro de mis amigos (parafraseando a Miller)

A veces, creo que podría escribir un libro sobre mis amigos, y que sería maravilloso, surrealista, trágico, exhuberante: vida en estado puro. Mis amigos son personajes fabulosos, que todavía no se han inventado en una novela. A veces, creo que, si escribiera un libro sobre ellos, habría plasmado todos los sueños de la humanidad en un centenar de páginas. Porque si algo tienen mis amigos es que sueñan como cabrones. Nos hemos disfrazado tanto de imaginación que los siento proteicos e impredecibles, arriesgados y sensibles, enfermos de ficción y borrachos de realidad.


Si mis amigos aparecieran en una novela, el lector quedaría fascinado ante el sibaritismo, la espontaneidad, el "alma puesta" de nuestros primeros encuentros. Son raros y preciosos. Los adoro hasta el punto de desear ser mejor persona: quiero que estallen de felicidad. Cuando me he revolcado en el dolor y en la rabia, me han ofrecido confianza en mi propia fuerza para salir adelante (esa es la única manera de ayudar a alguien).


Es bonito tener un cómplice en este absurdo de mundo en el que hemos aterrizado. Pasear con alguien y silbar por el camino. Los amigos son vínculos, puertas abiertas a una nueva percepción del mundo. Cuando amas a un amigo con transparencia y cariño sientes que tu conciencia se ha expandido más allá de tu piel, de tu educación, de tus putos ojos.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Qué es la belleza

Amo a los hombres de atractivo equívoco, no a esos mediocres guapos de revista, no a esos simétricos rompebragas, no a esos plumíferos sin ningún pelo en el pecho y arquitectura de gimnasio. Adoro los mechones despeinados y las arrugas de pensar en soledad. Adoro las estrías de la parturienta y los socavones del esfuerzo del dios humano curtido en las trincheras de Marte. Adoro la sugestión de los residuos del tiempo.
La imperfección da matices al paisaje; las lágrimas de la imperfección siembran el Edén en las facciones.
Escupo en la hoja en blanco y así mancillo su pureza. La imaginación construye lo que todavía no existe.

M

He nada. He quizás. He mientras tú has. Entonces, aún.
Los borrachos descubrieron América (que ya estaba descubierta). Los borrachos aterrizaron en la Luna.
Cómo sabemos lo demás.
Los latidos son la base musical. Los latidos pulsan pasiones que se inventan en una sola noche. La lira oscurece los pezones de la madre lactante.
Me resfrío una y otra y otra vez dudando. La frase "Creo en la bondad de los desconocidos" era de Tennessee Williams.

martes, 23 de septiembre de 2008

Otoño


Llegué con una tormenta en la cabeza,

olmos secos en las manos,

lagunas en la cara,

estrés en la mirada,

pelo cano,

lengua cansada de besar lo tibio y de cantar lo nuevo,

pies llagados por caminos surcados en desvelos.


Os inundé de árboles caídos,

recorté las sombras como un hábil peluquero,

el sol se enmoheció en la niebla,

la luna rió y se supo reina,

lo gris se hizo más gris,

la magia sonrió en la discreción,

maduraron las naranjas y los resfriados,

las multitudes abandonaron las playas

que ahora conversan con los soñadores.


¡Vivid! ¡Vivid, mortales, mientras todo envejece!


¿Qué significa "esperar para siempre"?

¿Qué significa decir "nunca"?

Dormir es la anestesia de los pobres.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Comaruru: la perspectiva del conjuro


[Fotografía de Noemí Gallego]

Hoy empieza el otoño. Baste esta foto como recuerdo del fin del calor. Un grupo de locos somiatruites en el suburbio, al lado del río, con la garganta llena de versos en ebullición, horas antes del espectáculo Comaruru.

martes, 16 de septiembre de 2008

Rew

He sido santa y puta, pájaro y banquero;
he sido la negra África, la Europa colonialista;
el árbol y el suelo que habitaba,
la duna y la tormenta de arena,
el sí y el no,
[el recuerdo y el olvido]
la vida que condena la muerte y la muerte que sepulta la vida;

he sido malvada y pacífica, hermosa y monstruo;
he incendiado los bosques de la imaginación con un desaire orgulloso
y la imaginación, sin despecho, me ha respondido construyendo ciudades en la retina;

he conquistado solapas con la bandera de un clavel
he amado lo que odiaba/ he odiado lo que amaba
he deseado lo que me repugna y he escupido en los sueños de mi juventud
he apagado lo negro y he encendido lo blanco

yo soy cualquier átomo del mundo
yo soy la puerta abierta que nadie puede cerrar
mi piel es la brújula del camino
mi garganta es el mapa del tesoro

la migraña es la deuda del poeta
que aterriza de nuevo con los libros que no ha escrito
(llorar es intransitivo)

lunes, 8 de septiembre de 2008

La cafetera italiana


Hay algo dantesco en una cafetera italiana. El símil, parece, es demasiado evidente. Las lágrimas del infierno, sometidas a su llama, evaporan a las almas que, tras pasar por el purgatorio (el café molido) se convierten en un elixir divino. Hay pocos placeres cotidianos como el silbido de una cafetera, cuando sube el café. Es un apunte extraño. En los vínculos -decía Giordano Bruno- está el secreto de la felicidad.

Del Museo de los Excéntricos Libres


Una vez soñé que yo era la mujer de este cuadro (de Chagall con Bella).

El hombre me llevaba volando hasta una azotea que decía ser de mi propio Museo de los Excéntricos Libres. En el museo veía obras que todavía no existen. Una de ellas era un Doríforo con cabeza de flor, que hoy he hecho con el Photoshop. Yo había esculpido esta escultura en mármol, pero los sueños y los píxels pesan menos. La escultura de mi museo onírico era algo así:



Sólo eso. Quería presentar a este semidiós con cabeza de flor (un ¿Doríflor?). Quizás soñéis con él algún día. Quizás algún día lo veáis esculpido en mármol.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Llorar raso (al nivel del mar)

[A Júlia Ibarz Pascual]
I

La noche de mi liberación, lloré como una niña.


La primera imagen era una ventana, la del cuarto de mis padres. Era luz blanca serena. Luz blanca de cuna y horas sin tiempo.

Recordé a las niñas malas que no me comprendían. Recordé ser rara y ser sola y ser libro y ser ojos asombrados.

Recordé crecer y odiar al cuerpo y soñar y hastiar a la luna conversando.
Recordé rituales a los trece años, misterios en Andalucía, estrellas fugaces en el monte, viajes suicida, revistas de un solo número, obras de teatro que nunca se representaban, el Baixador de Vallvidrera, la bohemia, la carcajada de autopista, el pelo revuelto y las botas sucias, la gabardina negra, mariposas en el vientre, el viento y la noche por escribir, vociferar poesías como si me estuvieran matando.

Recordé mi historia de amor de mar y arena, de pétalos y espinas. La mirada lapislázuli del hombre del mañana augurando que el futuro se afrontaría bailando. La mujer en el espejo diciéndome "Yo soy tú y no te reconoces".


Recordé a Alice Vannoy dándome la mano en el bosque. Su sombrero de copa. Salir de noche con una máscara y ella, esa sonrisa grande que no sonaba. Un gintonic para las lágrimas, una mordaza de sueños si hace frío.
Recordé la primera noche que pasé con mi hijo. Había un bebé a mi lado. Su olor de sangre y leche.
Recordé a mi madre quedándose conmigo. Mi madre viendo ser madre a su hija. Ella estaba callada mirando en esa butaca. La veía sonreír en la penumbra. Ella creía que yo dormía, y yo la espiaba. Yo tenía el brazo lleno de cables, estaba débil y exhausta. Respiraba su perfume de regazo materno, su presencia que embriaga y protege.


Recordé las sábanas nuevas con flores azules e iniciales bordadas por mi abuela.

(...)

Recordé perder. Recordé ganar.


Lloré como una niña. La cara estaba relajada y seguía llorando. Era una máscara con lágrimas. La noche de mi liberación, sin embargo, había alguien en un cuarto. Alguien que no sabía llorar, en el cuarto de al lado.


II



Conocí a una mujer de ojos grandes porque no sabía llorar.


- Llorarás antes de que termine la noche. - le dije.


Le expliqué qué bella era mi madre mientras moría; le expliqué que Alice Vannoy recorría diez kilómetros para comprar comida para un gato vagabundo; le expliqué que una mujer resucitó a un ficus muerto cantando; le expliqué que en la posguerra los niños lloraban mientras comían lentejas (porque se acabarían); le expliqué la historia de un pobre borracho que pedía cigarrillos; y la de una vieja malcasada que se divorció a los ochenta años, y la de un payaso enamorado de una masajista, y la de...


(...)


- No entiendo las novelas de ahora.- me dijo ella. - Hemos de escribir la historia de las personas que lloran sin darse cuenta.


Aquella noche no lloró.